22 de septiembre 2018. 14h.00. Salida por la bocana de L’Ametlla de Mar. Como te conté en el anterior post la salida fue a la francesa. Después de intentar contactar con marinería, de cantar la traviata por la radio por aquello de que igual la música amansa y tal vez acerca a las fieras ;). De esperarnos más de una hora a ver si aparecía alguien. Decidimos marchar hacia L’Ampolla para continuar navegando por el Delta del Ebro.
Fue una travesía plácida, sin complicaciones. Con sol y en bañador. Al final este año me va a pillar el invierno morena. 😉
Fueron muy poquitas millas de un puerto a otro, queríamos navegar un poco más y sobre todo estar allí donde nos sintamos cómodos y a gusto. Esta es la idea. Para que estar con cara de disgusto y ver a gente que te mira como si fueras un limón a punto de entrar en un exprimidor. No había necesidad. Así que disfrutamos de la travesía.
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Había un poco de vientecito y sacamos las velas para navegar con el silencio que acompaña cuando paras el motor. Yo al timón aproando al viento. El capitán izando la vela mayor. Siempre son momentos de tensión. De estar atentos. Sobre todo ahora que aún estamos probando maniobra, cerciorándonos que todo esté bien y que funcione correctamente. Mirando si hay que hacer algún cambio. Haciéndonos con el barco, la reforma definitivamente lo ha transformado y hay que volverlo a conocer.
Las emociones
En el fondo tengo cosquillas en el estómago, alegría y miedo a la misma vez. Porqué son las emociones que uno tiene cuando emprende un viaje así. Saberlas gestionar es lo importante. Me lo repito a mi misma para no olvidarme. Es en estos momentos cuando me demuestro que aprendo y crezco con esta experiencia. Quien dijo que todo sería un camino de rosas.
Yo aún me siento insegura. Han sido muuuuchos meses sin salir a navegar, amarrados a puerto. Reformando el barco y trabajando en él. Sudando y volviéndonos locos de ver pasar los días, las semanas, los meses… y ahora por fin que ya estamos en el mar. ¿como se hacía esto?. Mejor que me lo tome con humor.
Volviéndonos a conocer en el mar
Al capitán le he pedido paciencia, hay que volver a hacernos con la Dama de Mar, volvernos a conocer navegando. Es cuestión de tiempo y de navegar. Volver a sentir el viento y las velas como parte de ti. Sentir el timón como algo natural y no como algo que no entiendes como funciona y que se mueve allá donde tu no quieres.
Esta vez, con la travesía tan corta ha sido un placer, no nos ha dado tiempo ni de cansarnos. Queríamos fondear por un rato aunque al final desistimos, hemos salido demasiado tarde y queremos descansar para salir al día siguiente prontito, o no. Nos planteamos pasar unos en La Ampolla. Hay buena previsión para pasar el Delta y es la idea, aunque vamos a dejarnos sorprender por el nuevo puerto. No lo sabemos, a ver que pasa, y vaya si nos sorprendió.
El puerto de La Ampolla
Relajados y contentos de esta mini travesía llegamos a l’Ampolla y nos enamoramos del puerto. Amarrados delante de la bahía, con una vista del mar delante nuestro. Un marinero simpático, duchas calentitas. Fantástico. Con esa alegría nos dirigimos hacia capitanía. Precio del amarre por día 72€ la noche… ¡TOMA YA!! Tampoco hay precio de temporada baja. Otro que nos mira cual limón exprimido. Definitivamente navegar por estas costas en verano es de ruina total.
Algunos quedan descartados
Decidido. Vamos a disfrutar un poco del pueblo que son las 17.30h de la tarde, a cenar y mañana nos vamos. Es lo que hay
Al principio se te queda un poco de sensación de tristeza. Teníamos realmente ganas de quedarnos unos días. Aunque no a este precio. Lo estuvimos hablando con una copa de vino en el club de náutico. Hay que verlo de otra manera. Hay muchos puertos, muchos pueblos que visitar. El mundo es grande y no se pueden ver todos los rincones. Por lo tanto, unos quedan descartados por que no nos llaman y otros se auto descartan ellos mismos. En este caso por precio. Y ala! Cuestión zanjada.
El para qué
Las cosas hay que saberlas tomar de esta manera. El viaje empieza a ser parte de nosotros y por lo tanto es un aprendizaje también gestionar que vemos y como y lo más importante “para que”.
Nos paseamos un rato por La Ampolla donde nos recibió un grupo de músicos que tocaban por la calle, fue muy divertido. Una visita cortita. Nos fuimos pronto para el barco, una cena ligera y a dormir. Mañana nos esperaba el Delta del Ebro, habíamos calculado unas 8 horas de travesía hasta Sant Carles de la Rápita.
A las 8.15 de la mañana estábamos saliendo por la bocana del puerto. El ambiente era mágico. El sol, la luz, la calma. El mar era un auténtico espejo y la luz que se reflejaba del sol era una maravilla. Se oían algunos pájaros y el ruido apagado de nuestro motor. Los dos estábamos callados, contemplando el paisaje, emocionados de lo que te regala la naturaleza.
No había mucho que hacer, turnarnos las guardias y disfrutar. Disfrutar y meditar. Y eso es lo que hice. No me podía creer estas sensaciones, lo que estaba viviendo otra vez. Tranquila y relajada, mientras el barco rompía suavemente el espejo en que se había convertido el mar e iba dejando una estela detrás suyo. Alrededor se notaba el silencio y la tranquilidad.
Me senté tranquilamente a imbuirme de la luz, de la sensación, de la calma que se respiraba.
La isla de Buda
Sabíamos que iban a ser unas cuantas horas, íbamos a pasar lejos de la costa. El Delta es movedizo, no te puedes confiar, no sabes donde pueden haber bancos de arena y tenemos varios amigos que han embarrancado en ellos. La verdad, no queríamos pasar por esa experiencia, no hace falta 😉. Así que pasar a millas de la costa nos da más seguridad. No hay prisa y mejor dar una buena vuelta que tener que llamar a salvamento marítimo. No veríamos la isla de Buda, pero la podíamos intuir. Un paraje natural y que encierra verdaderas bellezas.
La travesía fue tranquila, casi toda a motor por la falta de viento y directos a Sant Carles de la Rápita. Nos habían hablado maravillas del puerto… aunque después de las experiencias que estábamos teniendo, mejor no esperar nada. Ya veremos que nos encontraremos.
Sant Carles de la Ràpita
23 de septiembre, 17h de la tarde nos adentramos en la bahía de Sant Carles de la Ràpita, cruzando por el canal marcado por las balizas verde y roja. La roja a Babor y la verde a Estribor.
Despacio, observando los demás veleros que hay fondeados, así como las mejilloneras a lo lejos vamos cruzando la larga bahía donde se encuentra La Ràpita.
Tenemos la sensación de estar entrando en un paraje reservado. A un lado la costa, con sus playas y el pueblo, al otro se adivina la manga de tierra que convierte esa zona en un sitio protegido.
Expectación en la bahía
El canal es largo. La bahía es larga. Y al final nos espera el puerto de La Ràpita. Es domingo, hace sol, la travesía ha sido preciosa. Hemos navegado, hemos gozado, hemos tomado el sol. Es el último puerto de la costa catalana. Estamos expectantes.
La travesía por la bahía se nos hace inacabable. El puerto realmente está lejos, al final de todo. Mirábamos a nuestro alrededor. Era nuestra primera vez en este puerto y había algo que nos atraía. Igual solo eran las ganas de que todo saliera bien. O puede que esta vez las sensaciones positivas eran ciertas.
Al otro lado del Delta…
Continuará la aventura
Gracias por haber llegado hasta aquí y leerme. Conoce otras historias suscribiéndote abajo. Además de un regalo, te contaré, aquello que explico sólo a los que construyen esta comunidad de caminantes en el mar 🙂
Un fuerte abrazo
Adriana
Tu Coach en el Mar
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